Las vacunas son seguras, eficaces y deben ser proporcionadas a las personas con enfermedad hepática crónica (EHC), independientemente de la causa y severidad de la enfermedad hepática. Esto incluye a las personas con cirrosis o descompensación hepática, cáncer hepatobiliar, y a los receptores de trasplante hepático.
Las personas con EHC tienen un mayor riesgo de estar hospitalizadas, requiriendo cuidados intensivos, intubación y/o ventilación, y de morir por causa de la COVID-19. Por morbilidad y mortalidad incrementadas, es importante que todas estas personas, sus contactos familiares y proveedores sanitarios reciban la vacunación frente a la COVID-19. No hay ninguna evidencia para suponer que las vacunas frente a la COVID-19 tengan cualquier impacto negativo en una persona que padece EHC.
Las vacunas existentes frente a la COVID-19 siguen demostrando una fuerte protección contra enfermedad severa y muerte a través de todas las variantes conocidas hasta ahora. Por lo tanto, conseguir altas coberturas con la serie primaria de vacunación y las dosis adicionales entre todas las personas elegibles, especialmente las más vulnerables, sigue siendo una prioridad.
Los pacientes médicamente estables con EHC que están recibiendo terapia antiviral contra la hepatitis B o hepatitis C, u otro tratamiento médico, deben ser considerados para la vacunación frente a la COVID-19 sin interrupción de su tratamiento.
Los pacientes con EHC se benefician de protección extendida contra COVID-19 y la gripe mediante la co-administración de las vacunas frente a la COVID-19 y vacunas contra la gripe estacional, siempre que sea factible.
Las personas que han pasado la COVID-19 siguen beneficiándose de la vacunación contra la enfermedad porque una combinación de la inmunidad adquirida naturalmente e inducida por la vacuna previsiblemente ofrece mayor protección contra la reinfección.